En la contemplación del universo, si dispusiéramos de unos buenos telescopios, o, incluso, en algún caso, sin ellos, tal vez aparecieran como los más hermosos objetos las nebulosas, concentraciones de gas y polvo donde acontece el nacimiento de las estrellas, o restos de estrellas extintas o en proceso de extinción. Aparecerían ante nuestros ojos de los más diversos colores y formas, y sus propios nombres son una evocación para la imaginación: la Cola de Caballo en Orión, Saco de Carbón en la Cruz del Sur, la del Águila en la constelación de la Serpiente, Trífida y de la Laguna en Sagitario, la del Anillo en Lira, Hélice y Cangrejo en Acuario. La nebulosa M42 o de Orión es la más cercana a la Tierra y observable a simple vista. Junto a ella otras como M78 y la nebulosa de la Flama. Todas ellas rivalizan en belleza, aunque cada uno podría tener su favorita por razones diversas. Y son objetos de sumo interés para la astronomía, por su origen y por lo que contienen o pueden contener, desde estrellas enanas blancas o púlsares a posibles planetas gaseosos, como en el caso de la nebulosa de la Flama.
La composición de estas nubes de gas y polvo en sí misma ya justifica su estudio. Los elementos químicos que conocemos en la Tierra pueden provenir, y de hecho provienen, de las estrellas. ¿Qué aguarda por descubrir tras esos vaporosos tejidos de mil colores y hermosas conformaciones? ¿Algún nuevo elemento, o algo más sorprendente si cabe? La imaginación está abierta al descubrimiento.
Saludos de medianoche lluviosa.
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