Zeus para los griegos, Júpiter para los romanos. En la mitología clásica, el padre de los dioses y los hombres, iracundo y vengativo, pero también protector de todos sus hijos. Casualidad o no, el mayor planeta del Sistema Solar, el que fue bautizado con el mismo nombre de Júpiter, ejerce también de protector de sus compañeros de viaje alrededor del Sol, y, por ende, en la Vía Láctea. Es algo bastante desconocido, pero que después de todo resulta decisivo para nuestra existencia. En realidad, es algo sencillo, descomunalmente sencillo podría decirse. Las grandes dimensiones de Júpiter le confieren una enorme gravedad, que atrae fuertemente hacia sí los objetos errantes del Sistema Solar, asteroides o cometas, que pasan cerca de él. Así, ejercería de escudo protector que cubre nuestro planeta de potenciales y temibles impactos.
Con cierta frecuencia pequeños meteoritos llegan a alcanzar la superficie de la Tierra. La mayoría se desintegra en la atmósfera, y algunos, los más peligrosos tal vez, jamás llegan a acercarse, por la poderosa atracción hacia ellos de Júpiter. En el recuerdo queda sobre todo el impacto, en 1994, del cometa Shoemaker-Levy 9, y las observaciones mostraron que fue una colisión digna de dioses...
¿Qué sería de nuestro pequeño mundo sin el padre de los planetas? Mejor no pensarlo. Podemos vivir con esa duda.
Gracias, Júpiter.
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