De los cuatro gigantes gaseosos del Sistema Solar, Urano y Neptuno son los más desconocidos y lejanos. Son mundos helados, en cuyas atmósferas interviene el metano, que absorbe el color rojo, y es por ello que los telescopios y fotografías los captan en color azul, más oscuro en el caso de Neptuno por la mayor presencia de helio, que absorbe aún más el rojo.
Son, como casi siempre, mundos hermosos en la contemplación lejana, pero temibles en su realidad apenas comprendida. Urano, el tercer planeta más grande del Sistema Solar, está inclinado prácticamente de manera perpendicular a su órbita, de forma que los polos son los que reciben el mayor calor en su traslación de 84 años; calor que, por otra parte, no impide que su atmósfera sea la más fría del Sistema Solar, con una mínima de -224 ºC. Frío, muy frío, recorrido por terribles vientos de hasta 900 km/h, aunque nos compensa con hermosos anillos.
Neptuno es el más exterior de los gigantes gaseosos, el más lejano de los planetas, algo menor que su vecino Urano, y es un mundo dinámico, con manchas que recuerdan las tempestades de Júpiter, pero más intensas si cabe: los vientos más fuertes del Sistema Solar se dan aquí, hasta 2000 km/h. Estos vientos podrían tener origen en una fuente de calor interna, en el núcleo, y algunas hipótesis apuntan la idea de que se den las condiciones para que los átomos de carbono se combinen formando cristales, liberando calor en el proceso, que alimentaría dichas tormentas, y de forma que en Neptuno podrían llover diamantes, literalmente. Maravilloso, ¿no?
Ambos escoden sorpresas, como la inclinación del campo magnético en Urano o los tenues anillos de Neptuno. Mucho por conocer, aunque para la imaginación no hay barreras.
Saludos de medianoche.
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